Cuando sopla el viento
Partimos una fría mañana de otoño, muy temprano. Despuntaba el día, el cielo amanecía gris y había dejado de llover; la carretera parecía no llevar a ningún sitio, atravesando áridos llanos y yermos valles que el sol abrasador del verano había quemado. No había nada en kilómetros a la redonda y la carretera seguía avanzando.
Las colinas
empezaron a cobrar vida y altura, y nos vimos atravesándolas por estrechas
grietas que parecían inclinarse de forma amenazadora sobre nosotros y entonces
la vimos: enorme, monstruosa, descomunal, dejándonos sin aliento; era un bloque
de ladrillo, metal y cristal puesto en mitad de la nada.
No podía creer
que por fin estuviésemos llegando, llevaba esperándolo mucho tiempo, demasiado,
incluso había tenido miedo de no llegar a verla pero ella no se había movido de
su lugar; dominándolo todo, orgullosa, altiva, esperando nada.
Al entrar en el
camino la pude ver a lo lejos, entre los árboles que me molestaban, y
apresuré el paso. Cuando estuvimos cara a cara me paré y me quedé muy quieta.
Quería contemplarla en toda su grandeza, realmente era… gigantesca y me hacía
sentir muy, muy, muy pequeña. Me senté sobre la hierba justo delante de una de
las puertas a unos escasos veinte metros, se me disparó el corazón, empecé a
notar un sudor frío en la nuca, me faltaba el aire y me sentía mareada,
necesitaba tumbarme pero no podía dejar de mirarla, fue un Stendhal en toda
regla, lo supe al momento. Era tan hermosa y a la vez tan cruel, su hermosura
era capaz de golpear duramente mis sentidos y provocarme dolor, dolor por
atreverme a mirarla, por atreverme a estar allí, a punto de entrar en su
interior pero ¿cómo no hacerlo? Me puse en pié, respiré profundamente y caminé
hacia ella sin dejar de mirar hacia lo más alto.
Una vez dentro
tardé en sacar la cámara. Primero caminé despacio, temerosa porque no la
conocía, escuchando como el viento batía sus ventanas una y otra vez,
incesables, guiando mis pasos y susurrándome al oído por donde debía caminar. Mi
paso se fue aligerando, quería verlo todo, quería subir a todas partes, entrar
en cada habitación, en cada sala, en cada pasillo, hasta que me di cuenta que
estaba sola. Mis compañeros seguían en la primera sala y yo ya estaba en el
piso superior. Entonces llevé la mano a los tejanos y vi que no llevaba el
walkie. Grité sus nombres pero por respuesta sólo obtuve el eco de mi voz y
luego… silencio.
Bajé a
buscarlos para decirles que seguiría sola. Aquel abandono quería hacerlo sola,
sabía que nos iríamos encontrando por los diferentes espacios de vez en cuando,
pero quería disfrutar de sus rincones, de su altura, quería estar tranquila e
irla descubriendo poco a poco, quería aquellas sensaciones para mí; quería su
luz colándose entre de las grietas, sus sombras en los rincones, su silencio en
las habitaciones vacías, su viento colándose por los pasillos a través del
techo y de las ventanas rotas. Quería quedarme unos instantes quieta en mitad
de la nave principal rodeada de hierro y ladrillo, quería mirar por sus
ventanas desde lo más alto hacía el interior, mirar un largo pasillo
escudriñando sus paredes palmo a palmo hasta perder la mirada en la sombra y,
sobre todo, quería poder notar nuevamente la adrenalina que te da un lugar
abandonado cuando te quedas a solas en él y decides subir una escalera
apuntalada hacia la oscuridad, sin saber a dónde te llevarán tus pasos, cuando
sopla el viento.
Aquí os dejo la Térmica, la catedral de
los abandonos, tal y como la recorrí, tal y como la viví.
Buenas repor!!!!
ResponderEliminarGracias wapa!!
EliminarTus fotos empiezan a darme envidia cochina, jajajaja.
ResponderEliminarBuenas fotos compi.
Y a mi las tuyas!!! Volvemos y hacemos la parte que nos falta??? jajajaja
EliminarTremendo el repor!!!!!!
ResponderEliminarMe encantan las fotos de los manometros y la historia expectacular
Un abrazo
Gracias compi. Un abrazo!
EliminarVeo que sigue como siempre y tengo muchas ganas de volver. buenas fotos y a la espera de la segunda parte. saludos!!
ResponderEliminarY que dure así por mucho tiempo.
EliminarUn abrazo